Bashar al-Asad, el presidente actual de Siria, asumió el poder legado por su progenitor, quien a su vez lo asumió de su padre, una especie de monarquía o dinastía familiar que se ha caracterizado por su represión sin cuartel a sus adversarios y limitaciones a la libertad, pero que, a su favor, ha traído paz, progreso material y tolerancia a los cristianos. Han mantenido unidos a los sirios a pesar de sus diversas religiones y conflictos étnicos. Los jóvenes sirios motivados por las protestas en Libia, Egipto, etc., se han tirado a las calles a pedir que Bashar al-Asad abdique su mandato. La respuesta del gobierno ha sido de inusitada violencia. Los llamados rebeldes pertenecen a diferentes ideologías y religiones; algunas, como los del grupo Al Qaeda, son más agresivas hacia Israel y los EE. UU. que Bashar al-Asad. Estas circunstancias colocan a los EE. UU. en una posición difícil, puesto que ayudar a los rebeldes implica que se estaría ayudando a grupos más extremistas y agresivos contra Israel y los EE. UU. que el propio Bashar al-Asad. Por otro lado, para los EE. UU. es difícil ignorar los ataques salvajes de Bashar al-Asad contra su propia gente, por razones humanitarias que escandalizan la opinión pública de América y Europa.
La situación es mucho más compleja que esta versión supersimplificada. La historia de Siria —que es cuna de civilizaciones anteriores a las de Egipto, Roma y Grecia— es fascinante e importante para aquellos que tenemos curiosidad de conocer sobre los orígenes de nuestra cultura y las razones de los conflictos internacionales. Muchos politólogos creen que si ocurre una tercera guerra mundial se iniciará en esta zona. Esperemos que la sensatez prevalezca y esto no ocurra. En el caso del conflicto entre los EE. UU. y Siria tenemos que agradecer al buen sentido político de Putin haber desactivado la inminente confrontación que existía entre estos dos países e Israel.
Espero haber contestado lo mejor posible su solicitud.
Saludos,
Ernesto J. Armenteros