Leonel se retira a preparar su regreso. Un sabático merecido por una gestión exitosa. Abandona el puesto, no el poder.
Sus gestiones no fueron perturbadas ni por una afección gripal. Es el dominicano más pleno, con una laureada carrera que desbordó sus propias proyecciones. Salió como entró: fuerte y seguro, determinado a seguir desafiando su suerte, la más pródiga de sus virtudes. Realizó como presidente lo que nunca pudo por sus empujes personales.
No hubo un nimio desacierto en su cuadro y plan de vida. Todo corrió a su resbaladizo antojo, sin trastornos ni deslices. Nada le salió mal, a la infalible medida de sus disipadas previsiones. Hay que ser muy humano para no sentirse predestinado y muy realista para no asumirse inmortal, más cuando el húmedo susurro de sus cortesanos seguirá alimentando su ego hasta el derroche espumoso del 2016. Para él, la soledad del poder será poesía, leyenda o embrujante fantasía. Seguirá con tanto servilismo a sus pies como cuando era presidente, y con loadores profesionales a su merced que no repararán en calificar de envidiosas y mezquinas estas valoraciones.
La distancia entre su primera investidura y su tercera salida es tan abismal como la vida y la muerte. Entró de la mano del caudillismo ilustrado y salió ilustrando el caudillismo. Entró con afro y salió con canas; llegó con alas, salió con garras; entró con sueños y salió con ambiciones. No sabemos si dejó más lealtades retribuidas que laceradas ilusiones; más afectos fingidos que sinceras simpatías; más sonrisas mercenarias que espontáneas admiraciones.
Construyó el país de su sueño, aquel que lo eternizara, haciendo inabordable en él la mitificación caudillista de tiempos pasados. Hizo de sus gobiernos la fiel imagen de su impronta, la modernidad de la pobreza, el dispendio en lo superfluo, la ilusión hipotecada del progreso aparente. Magnificó a Balaguer en sus realizaciones y abandonó a Bosch en sus convicciones. Los que le creímos quisimos que gobernara más y presidiera menos. Que nos hiciera más nación que país; más ciudadanos que gente. Tuvo oportunidad inmejorable para edificar el país de todos, pero hizo su país con su gente o de su gente, el país a costa del sacrificio de todos. Terminó su predecible desempeño con los inmutables logros de sus gestiones: crecimiento económico sin desarrollo; reformas legales sin conciencia de obediencia y la segunda línea del metro. Un progreso de lavadas torres urbanas que esconde nuestra miseria y la afrenta de una nación paria en educación, salud e institucionalidad. Detrás del brillo deslumbrante de una retórica narcótica, una deuda que roza el 46 % del producto interno bruto y un déficit fiscal con cuerpo de bestia. Qué pena que el país no tuvo la suerte de su expresidente.