Suelo afirmar que el problema “acústico” de nuestra “democracia” no es de emisión sino de recepción: nos dejan hablar, quizás más de lo debido, pero no nos escuchan.
En ese contexto, la participación ciudadana es más contemplativa que activa, más pretendida que real, más teórica que funcional; limitada a juzgar la clase política sin posibilidad de hacer efectivos los resortes institucionales que las controlan. Al no tener mayor incidencia en la gestión del Estado ni en sus políticas públicas, la ciudadanía asume tres actitudes frente al statu quo: a) adaptarse, b) resistir o c) escapar.
Para los adaptados, que son la mayoría, la política tiene dos significaciones pasivas: en primer lugar, como dinámica extraña a una vida ocupada en proyectos propios de realización; y, en segundo lugar, como actitud omisa por falta de interés en asumir los riesgos y las exposiciones del escrutinio público. Ven la política como espectáculo cotidiano desde las gradas.
Entre los que se resisten también se reconocen dos visiones: una que ve la política como una actividad “moralmente” sospechosa, invalidada para generar cambios en el sistema a través de los partidos políticos, y otra que la asume como un fuerte instrumento de contestación y que no excluye a los partidos como forma de encausar cambios. La primera es idealista y parte de una concepción puritana de las relaciones del poder. La segunda es más concreta, pero no tiene espacio en los esquemas partidarios vigentes dominados por grupos impenetrables de intereses.
Los que huyen son los que, cansados de resistir, abandonaron la esperanza en el sistema “conscientes” de que este perdió toda respuesta y capacidad para retribuir sus inversiones existenciales.
La vigencia de un modelo político sustentado por liderazgos verticales y autócratas ha limitado la participación ciudadana en la política. Los partidos transfirieron a sus caudillos sus liderazgos orgánicos y hoy la política no es más que una lucha por el control de esa centralidad.
El reto social es hacer el tránsito de una visión subjetivista de la política basada en el quién por otra objetivista fundada en el cómo. Nos falta dar ese salto para pasar a otras dimensiones de pensamiento. Mientras tal cuadro se mantenga incólume, la política no dejará de ser una crónica o relato de sus actores, una lucha sorda de sus egos, una confrontación de méritos más pretendidos que reales. Por eso abordar la política es conocer a los políticos y hacer política vivir de ellos. ¿Puede haber algo tan simple? Por eso la política es un respiro cotidiano tan anodino como la farándula. Y los más interesados en su intrascendencia son precisamente los que viven de ella.
[Edición núm. 388, agosto de 2019].