¡Adiós, Cuquito!

Abordar la existencia de Cuquito es un ejercicio acrobático. Los que conocimos su historia seguimos en el embeleso. Y es que pocas personas han explotado tan fecundamente la vida como él. Ernesto J. Armenteros E. no cabe en ninguna definición porque todo lo probó, lo supo, lo vivió y ¡a su manera! Fue sin duda un militante furibundo de la vida; un cronista apasionado de sus propias vivencias.

Cuquito era inagotable: arquitecto, empresario, navegante, cocinero, viajero, gastrónomo, escritor, aventurero y amigo. En ninguna de sus ocupaciones existenciales se dio a medias. En todas dejó memorias. Su vocación de vida fue tan diversa que solo en el ámbito empresarial fundó bancos, compañías de seguros, remesadoras, inmobiliarias, constructoras y obras arquitectónicas icónicas en el país y en Puerto Rico. A pesar de responsabilidades tan altas nunca dejó a un lado el vivir, y hacerlo intensamente. Era tan cotidiano verlo detrás de un escritorio como perdido en el mar como timonel de un velero que lo llevó a los recodos más escondidos del mundo. Nunca abandonó esa sonrisa bruñida en el sol y con la que desarmaba cualquier regaño; hallaba siempre la excusa para celebrar el frágil milagro de vivir. En él era impreciso advertir dónde empezaba el hombre y terminaba la leyenda.

Gaceta Judicial le abrió espacio a sus ideas, visiones, leyendas, historias, crónicas y anécdotas en una columna que se convirtió en una brecha para oxigenar la rigidez casi inerte de los conceptos jurídicos. Lucubraciones, la columna de Cuquito, fue como el coffee break de una revista académica. No pocos lectores expresaban su complacencia por el acierto de Lucubraciones, páginas que quedan abiertas y desiertas. Solo Cuquito las llenaba.

Cuquito partió a un viaje sin regreso, más allá de los mares. Dejó su velero encallado bajo el tibio mimo de las olas. Esta vez en su travesía no contará corales, sargazos ni caracolas; le dará nombre a cada estrella antes de llegar a la augusta presencia del Creador, donde no perderá tiempo en encontrar una eternidad para hacer cosas, porque, quieto, hasta el cielo le aburre. ¡Adiós, Cuquito!

[Edición núm. 393, febrero 2020].

 

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