Señor Director:
Me place saludarle. Me llamo Domingo Alberto Piñeyro, tengo 24 años, trabajo para la Jurisdicción Inmobiliaria (Suprema Corte de Justicia) en la ciudad de Barahona y soy abogado; hace 2 años que me he graduado y exactamente hace 2 años que descubrí su editorial. Lo espero con ansias, perdón, lo esperamos expectantes, pues varios en la oficina en que trabajo, desde la Registradora de Títulos hasta un servidor (algo que propició quien le escribe), han sido contagiados de la taveramanía (Dígase “ansia desenfrenada de ver llegar la revista Gaceta Judicial, con la determinante resolución de leer, desglosar y saborear el editorial”). Tan cargado de realidad y escrito desde una perspectiva tan cercana a nuestros modos de pensar, a lo que creemos, a nuestras convicciones.
Usted nos ha hecho ver los problemas que plantea con la misma claridad con la que escribe sus artículos y nos sentimos tan identificados con lo que plasma en esas hojas que es necesario ponernos en sus zapatos, aunque no dudo que para ello quizás falte mucho.
Por ejemplo, nos falta la valentía de cortar aquella Tijera moral de la policía. Por otra parte cabe anotar que no fue menos que la suya nuestra repulsión por aquel Su amigo el funcionario, y no tuvimos reparo en asentir de manera irónica como quien celebra las boberías de un niñito de 8 años aquellas 7 reglas infalibles para ser presidente y a propósito de lo anterior nos juntamos todos en la pequeña y fría oficina del Archivo Activo y con ese Ssshhh… ¡Silencio! seriamente analizamos y descompusimos en todas sus partes cada oración del Breve estudio del animalis politicus, hasta reír y comparar sus conclusiones con las nuestras.
Si reímos no ha sido porque escriba usted una columna de comedias, es quizás esa impotencia, la que como mecanismo de defensa de nuestra conciencia nos hace lanzar carcajadas con alta dosis de indignación. Pero en particular no hubo risas cuando aquella edición número 274 estuvo en nuestras manos; nuestros ojos acumularon lágrimas, nuestras miradas se nublaron y no dudo que la hoja de ese ejemplar en que está plasmado el editorial tiene las señas de dos o tres de esas gotas. Sigue latente en nuestras mentes ese título: Quisiera ser dominicano, y más aun aquella frase que hizo encoger el alma y el corazón esa mañana: “Dominicano, para no sentir vergüenza de serlo”.
Mostrando mis afectos, me despido. Que Dios le bendiga.
Alberto Piñeyro
Barahona, R. D.