Editorial – A ritmo social

Nos sobrecoge pensar que en un país de tantas carencias haya un dispendio tan indolente en la industria de la vanidad.

Basta acopiar las publicaciones sociales suplementarias a la prensa escrita para cuantificar la inversión publicitaria que reciben. La llamada crónica rosa, que recoge los estilos de vida y las intimidades de los famosos y de los que pagan para serlo, es lo que más se lee en la República Dominicana.

Un vacuo narcisismo social de clase media y alta les da vigencia a unos patrones que contradicen nuestra condición de país pobre. La marca del éxito es vendida a partir de finos hábitos de consumo y de un tributo a un rancio abolengo que llega a lo ridículo.

Antes, cuando esto era nación, el elitismo social descansaba en la ilustración intelectual y el compromiso cívico; hoy se mercadea con pretenciosas frivolidades y cursilerías de vida que revelan profundos vacíos existenciales en estas generaciones. Por eso la mediocridad con apellido se ha posicionado en el liderazgo social y empresarial del país.

¿Qué trascendencia puede tener saber el color, el perfume, la canción, la película o el actor predilecto de alguien? Los auténticos valores de vida residen en lo que esencialmente somos: en nuestras ideas y visiones del mundo. En una sociedad en la que la clase que accede a las oportunidades negadas a la mayoría se autoestima por las marcas de lujo, la membresía en clubes o las adicciones al consumo de glamour, las esperanzas de cambio son remotas.

Hemos visto desaparecer publicaciones de todo tipo, por la falta de respaldo publicitario; sin embargo, el acervo de revistas sociales es cada vez más profuso. La lectura sociológica a este fenómeno es deprimente, ya que nos da cuenta del bajo nivel de conciencia crítica de las clases de poder económico y su desconexión con la verdadera realidad social.

El mercadeo de imagen social ha llegado a escala industrial. Ha asumido ribetes obsesivos en una sociedad donde 6 de cada 10 dominicanos subsisten en la pobreza. Esta promoción ostentosa de nuestras asimetrías sociales alimenta el resentimiento de la base social. Lo vimos en la Cuba del 1959 y en la Venezuela de los 90. La historia no hay que contarla…

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