La vida dominicana es un tejido bordado con retazos.
Nuestra rutina se nutre de las contingencias. Rodamos sobre el presente sin un mapa de ruta que nos permita saber hacia dónde. Planificar el futuro es una pérdida de tiempo cuando apenas podemos lidiar con la subsistencia de cada día. Con ese pretexto legitimamos nuestras improvisaciones. Solo aceptamos como real la dimensión presente del tiempo para consumir en sus horas todo el destino. Elevar la perspectiva más allá de ese techo sigue siendo un desafío escasamente provocador.
La sociedad es una muestra a gran escala de las visiones de sus componentes. He observado, con sentida pena, cómo la cotidianidad se evapora en un hervido de tantas intrascendencias. Una línea repetida de eventos absorbe la ocupación colectiva dejando sin atención verdaderas prioridades que nos roban futuro. El entretenimiento político se ha convertido en un sedante adictivo.
Un país con problemas orgánicos de institucionalidad, educación, salud y seguridad, vive a diario el morbo político en un patético drama de inutilidad existencial. Mover las fichas de ese tablero todos los días es enfermizo. La política barata, farandulera y cabaretera margina los verdaderos debates. La sociedad dominicana no puede construir creativamente su futuro cuando sus visiones se escalonan en cada elección. Una visión no se arma electoralmente. ¡Eso es primitivo!
Toda colectividad empieza a organizarse a partir de un diseño básico de lo que aspira a ser. Su desarrollo se perfila conforme a ese modelo. Esa es la premisa de todo emprendimiento racional. ¿Alguna vez nos hemos preguntado qué país queremos ser? Es lo mínimo que podemos, y creo que ni eso. Hay intereses que promueven distracciones para evitar esos ejercicios pensantes. Fabrican tramas y crisis arteras para serenar el ocio con el espectáculo político. El repertorio es infinito. Un evento tumba al otro en caída de dominó. Los escándalos de hoy se levantan como densa columna de humo para envolver a los de ayer.
Las demandas sociales deben rebasar los insultos, las descargas emotivas y las increpaciones al sistema. Nos han adormecido con la “libertad al coño” y nada más; lo peor, eso no inmuta. El sistema, aunque infuncional, tiene sus contrapesos y mecanismos para encausar acciones colectivas o consultivas. Démosles uso. La fuerza bruta de los enconos solo sirve para desatar nudos emocionales y nada más; lo que sí tiene sentido de permanencia, vocación de trascendencia y capacidad de cambios es la conciencia serena dirigida por mentes claras hacia objetivos concretos.
Para hacer los cambios no precisamos de tribunas, discursos enardecidos, armas guerrilleras, ni medios de masa. El campo natural de lucha está ahí, en nuestro entorno más estrecho, escenario cercano de influencias directas. Suena idealista, pero ¿podemos esperar que las cosas se hagan como queremos desde el cómodo cobijo de nuestras conformidades? La historia la hacen voluntades anónimas. Nadie hará por nosotros lo que no somos capaces de hacer por nosotros mismos.
(edición núm. 376, julio 2018)