Estimado Dr. Bircann:
Acabo de leer la Gaceta Judicial No. 294, correspondiente al mes de mayo, en la que usted aparece en la sección “Decanos del Derecho”, titulo que creo que usted se ha ganado por más de una razón.
Yo también fui estudiante suya y lo digo con orgullo, en la Universidad Católica Madre y Maestra y desde esa época, se despertó en mi gran admiración por usted, por la claridad de sus exposiciones, el vocabulario rico y florido que utilizaba, la preparación y capacidad intelectual que revelaba en cada una de sus cátedras y por los ideales que expresaba, todo lo cual contribuyó grandemente a mi formación, sentimientos que conservo hasta la fecha.
Todavía siento un gran respeto y admiración por usted, recuerdo muchos de los casos prácticos de su ejercicio profesional de la época, que nos contó en clase, como el caso de Chea la Guinea. Usted sigue siendo mi profesor. El tiempo y los avatares del ejercicio profesional en el cual hemos estado enfrente defendiendo clientes no han disminuido en nada ese respeto y admiración.
Aunque esa sección no admite comentarios ni criticas, porque de lo que se trata es de señalar a las nuevas generaciones los referentes intelectuales y éticos de una profesión que pasa ahora por uno de sus momentos menos favorables, creo mi deber, por el respeto y admiración que siento por usted, comentar algunos párrafos de su entrevista, porque esos sentimientos no ciegan mi discernimiento ni mi conocimiento personal de asuntos que usted refiere.
No critico que usted tenga una opinión formada respecto de jueces y tribunales, porque ese es su derecho, pero usted hace referencia a unos expedientes en los que yo participé junto con otros abogados en contra de unos clientes suyos, en los cuales usted dice que hubo asomos de corrupción.
Aunque usted no habla de los abogados que participamos en esos dos procesos, entre los cuales me encuentro, junto con abogados que fueron o son de su estima personal, me siento personalmente aludida, y aunque los demás callen, no puedo hacerlo cuando está en juego mi conducta profesional cuando usted dice que en ellos hubo asomos de corrupción, y por ello, y porque fui su alumna, me permito recordarle que nadie, absolutamente nadie puede señalar un caso en el que yo haya ganado que no sea por los méritos de los expedientes que llevo y porque los jueces han encontrado en mis argumentaciones orales y escritas fundamentos jurídicos y razonables.
Y usted sabe muy bien, que nunca me he valido de influencias ni de medios ajurídicos o parajurídicos en la defensa de los intereses que me ha tocado representar. Siempre he entrado en los tribunales para perder o ganar. Ganar un pleito es, para mí, una celebración; pero perderlo, es un duelo.
Recuerde Dr. Bircann que tuvimos dos casos: uno de un centro hospitalario privado constituido en forma de sociedad comercial (como se dice ahora) en el que hubo una asamblea extraordinaria que estableció dos tipos diferentes de acciones. Después de más de tres años un grupo de accionistas (que estuvieron presentes cuando se hizo esa asamblea) la impugnó en los tribunales y los abogados que representábamos al centro hospitalario presentamos el medio de inadmision derivado de la prescripción, de conformidad con las disposiciones de la Ley 834 de 1978 y del Código de Comercio. El tribunal de primer grado acogió el medio y usted recurrió en apelación; la Corte de Apelación de Santiago confirmó la sentencia de primer grado y usted recurrió en casación, casación que fue rechazada por la Suprema Corte de Justicia
El segundo caso en el que estuvimos en tribunas contrarias involucraba un grupo de odontólogos que fueron deudores del Banco Hipotecario Miramar, que hizo una cesión de crédito a un grupo de sus acreedores, sin cumplir con las formalidades de publicidad que prescribe la ley para hacerla oponible al deudor cedido y a los terceros. En la ignorancia de la perfidia que se ejecutó en su contra, los deudores negociaron con una asociación de ahorros y préstamos de Santo Domingo que pagó al Banco Hipotecario Miramar subrogándose en sus derechos contra los deudores.
Con la complicidad de funcionarios del Registro de Títulos de Santiago, se inscribió la cesión de crédito y se comenzó un proceso de embargo inmobiliario, contra el cual demandamos la nulidad del mandamiento de pago y radiación de la inscripción hipotecaria e hicimos una demanda en referimiento en suspensión de la persecución inmobiliaria. El tribunal de primer grado suspendió la ejecución mediante ordenanza de referimiento y en cuanto a la demanda en nulidad dio ganancia de causa a los odontólogos. La Corte de Apelación de Santiago confirmó ambas decisiones y usted recurrió en casación, casación que fue rechazada por la Suprema Corte de Justicia.
Soy la primera en comprender la frustración y el desasosiego que embargan a un abogado que dedica tiempo y talento a un caso cuando la decisión jurisdiccional no le es favorable, porque todavía siento entusiasmo y hago gran algarabía cuando gano un caso, así como me entristece, me da rabia haber perdido.
Siento que cuando ya no tenga esas expansiones de entusiasmo habré perdido frescura y juventud y el Derecho, en mayúsculas, habrá dejado de ser para mí la fuente inagotable de curiosidad, de placer intelectual que ha sido durante toda mi carrera. Ese mismo entusiasmo es el que siento en usted, el gozo por la discusión jurídica, y por eso lo comprendo.
Pero permítame decirle, Dr. Bircann, que en la inauguración de la remodelación del Juzgado de Paz de la Primera Circunscripción como Tribunal de Niños, Niñas y Adolescentes, en la que se encontraban presentes los magistrados de la Suprema Corte de Justicia, Margarita Tavares, Julio Genaro Campillo Pérez, su pariente, Rafael Luciano Pichardo y Dulce María Rodríguez de Goris, entre otros, se comentó en mi presencia la reacción que usted había tenido, con la decisión de rechazo de la Suprema en este segundo caso; todos estaban consternados por la injusticia de esos comentarios que afectaban la honra y buen nombre de un hombre que ha sido siempre un gran abogado y que ha tenido un comportamiento destacado en la Suprema Corte, que llegó a la Suprema rico intelectual y materialmente. Y que saldrá de la Suprema con el mismo patrimonio material, pero que ha tenido la mala fortuna de no ser comprendido porque no ha hecho relaciones públicas, ha guardado silencio sobre muchas actuaciones que se le han imputado sin que ningún juez, ni ningún abogado se haya atrevido a defenderlo; ha sido impasible como debe ser un juez y de ello se ha hecho escarnio. Se le han enrostrado culpas por hechos que no ha cometido.
Recuerdo muy bien que, apesadumbrado, Julio Genaro Campillo Pérez, su pariente, Dr. Bircann, me dijo sobre lo injusto de sus señalamientos, porque esa sentencia había sido él quien la había dado, porque por pudor profesional el Dr. Luciano Pichardo, que fue uno de los abogados en el caso de los odontólogos, se inhibió.
No sé si esos hechos son de su conocimiento, pero yo personalmente los creo: primero, porque no tengo razones para dudar de la palabra de Julio Genaro Campillo Pérez, su pariente, que no tenía porqué asumir la responsabilidad de una decisión que sabía que lo iba a malquistar con usted; y segundo, porque no esperaba menos que la inhibición del Dr. Luciano Pichardo, a quien quiero, respeto y admiro como persona, como abogado y como juez.
Dr. Bircann, usted sabe que sus comentarios sobre ese particular fueron de todos conocidos, hicieron fortuna y corrieron como reguero de pólvora, por todos los pasillos de los tribunales y los mentideros públicos. Aunque Gaceta Judicial no publicó el artículo, muchos tomamos conocimiento de esos comentarios, porque usted no es parco en sus decires, pero además ese artículo fue publicado en un periódico del cual Apolinar Núñez era representante, es decir, fue extensamente difundido.
A mí me ha tocado estar en audiencia en la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia y cuando hay un expediente suyo, el magistrado Luciano Pichardo se inhibe públicamente sobre el fundamento de una enemistad capital existente entre ustedes dos y que tiene su base en sus numerosos comentarios, que repite ahora en esta entrevista con matices graves. Con esa actitud, el magistrado Luciano Pichardo preserva su buen nombre y lo protege a usted de decisiones que puedan estar influenciadas por sentimientos personales, ajenos al punto de derecho que se encuentra en discusión.
Acuérdese, Dr. Bircann, que el que mata a hierrazos no puede morir a sombrerazos y que esos vientos trajeron esas tempestades.
Es una pena, Dr. Bircann, que sus amores, sus simpatías no sean tan extensos e intensos como sus rencores y que estos últimos le permitan olvidar una regla fundamental de la existencia humana: el instinto de conservación que alerta sobre las situaciones de peligro y evita que un ser humano se precipite al vacío.
Dr. Bircann, usted sigue siendo un referente ético de primera magnitud, sus conocimientos y preparación son de todos conocidos. Conversar con usted y escucharlo disertar sobre casos judiciales es una delicia que no mucha gente tiene el placer y honor de compartir y yo lo he tenido; espero continuar siendo recipiendaria de sus enseñanzas. Aunque tanto usted como yo somos litigantes, y por eso mismo hemos estado en tribunas contrarias, todavía siento por usted el afecto, respeto y admiración que nacieron en mis días de estudiante de Derecho; por eso me atrevo, so riesgo de incurrir en las furias del Averno a hacerle estos señalamientos, porque afectan mi honor como profesional, que es la más preciada herencia que puedo dejar a mis hijos, y es una ocasión de reparar una injusticia.
Reciba la expresión de mis sentimientos más distinguidos de respeto, admiración y afecto.
Siempre su alumna.
Rosina de la Cruz