Como sentimiento nihilista, el “na’ e’ na’ y to’ e’ to’” (nada es nada y todo es todo) es intrínsecamente pesimista y sintetiza la cosmovisión o la actitud existencial de una sociedad rendida por la falta de fe en su futuro. Es una actitud social aniquilante de todo esfuerzo de cambio, que niega el interés individual en la participación colectiva; una trágica deserción ciudadana.
La nación vive un momento espiritual muy crítico, sin reacciones determinantes ni inminentes para afrontar responsablemente su realidad, abandonada al capricho de los núcleos dominantes y atontada por la apatía inducida, una actitud más perniciosa que la del miedo; en este, la sociedad reconoce al menos la existencia de una condición que inhibe su capacidad de defensa; en aquella, pierde todo sentido para aceptar su postración, prefiriendo sustraerse o rendirse a la voluntad pasiva del colectivo. Nadie es responsable de nada.
El “na’ e’ na’ y to’ e’ to’” es una autonegación social suicida. Entraña la renuncia del individuo a la colectividad. La desaparición de los nexos que arman esa relación hace perder las bases de la cohesión que debe tener toda sociedad para mantener su identidad, equilibrio y visión. Ese es el gran riesgo: nos estamos disolviendo progresivamente; cada quien procura soluciones individuales a problemas comunes: una seguridad privada, un colegio privado, un generador eléctrico propio, un vehículo, un club social frente a la degradación de la vida de otros. En esa misma medida se fracciona la visión y se diluye el interés por el destino colectivo. El “na’ e’ na’ y to’ e’ to’” socava el sentido de pertenencia comunitaria y confina al ciudadano a la búsqueda de su bienestar sin conexiones solidarias.
Una manifestación patética del “na’ e’ na’ y to’ e’ to’” es la que encarna otra expresión social homóloga: “…polta a mí” (qué me importa a mí). Constituye la confesión más decantada del desprecio ciudadano y una actitud vigorosamente afirmada en la indiferencia que hoy predomina. El “… polta a mí” supone el abandono consciente de toda responsabilidad individual en la suerte de todos. Legitima cualquier solución sin reparar en los medios ni en las consecuencias. No atiende a ningún riesgo; es la épica declaratoria del “sálvese quien pueda” en una sociedad en desbandada.
No sé a dónde llegaremos en esto o con esto. Lo cierto es que cada día nos parecemos más a niños tontos en un juego de piñatas, procurando golpear, con la fuerza del instinto, la bolsa de golosinas, esa quimera que prometen nuestros “líderes” para mantener viva la ilusión de desparramar los dulces que nunca han estado. Mientras tanto, ¡juguemos! Total, “na’ e’ na’ y to’ e’ to’”. Bebamos y comamos, que pronto moriremos…
(edición núm. 362, abril 2017)