Fabio J. Guzmán Ariza
“Cuando escribas sobre temas transcendentales, escribe trascendentalmente
claro.” René Descartes.
“Habla apropiadamente y usa tan pocas palabras como sea posible, pero
siempre de manera clara, ya que el propósito del discurso no es ser ostentoso,
sino ser entendido.” William Penn.
En mi última columna introduje el tema del estilo llano en la escritura y señalé que se había desarrollado un movimiento mundial a su favor, particularmente en lo que concierne a documentos gubernamentales. Se ha entendido que todo ciudadano tiene el derecho de recibir de sus autoridades información clara y objetiva para hacer efectivos sus derechos y cumplir con sus obligaciones. Ese ideal sólo puede concretarse con el uso en todos los documentos que emanen de los diversos entes estatales de un estilo llano y accesible, orientado a las necesidades de información de todos los públicos, muy especialmente en países como nuestra República Dominicana, donde la educación del ciudadano promedio no pasa del nivel de la escuela primaria.
Las primeras iniciativas en favor del uso de un estilo sencillo surgieron, paradójicamente, en países con niveles educativos muy altos. Así, en el año 1976, el Gobierno de Suecia contrató a un experto en lingüística para organizar una modernización sistemática del lenguaje de sus leyes, decretos y otros documentos normativos. Ya para fines de ese año, se había creado un equipo dentro del Ministerio de Justicia, compuesto de cinco expertos en el idioma sueco, con la encomienda de revisar todos los textos legales para simplificarlos y redactarlos en un lenguaje fácilmente entendible para el público. Ese equipo actualmente forma parte de una Sección de Revisión Legal y Lingüística, adscrita al Ministerio de Justicia sueco, sin cuya aprobación no se puede publicar ningún texto legal.
En los Estados Unidos, la corriente del estilo llano lleva el nombre en inglés de Plain Language Movement y nació en la esfera privada en los años 60, como consecuencia de la presión ejercida por grupos de consumidores organizados que exigían tanto al Gobierno como a las empresas, que toda documentación cuyo contenido pudiese afectar de algún modo al público fuese escrita con un estilo sencillo, asequible para todos. En la esfera pública, aunque en los años 70 los presidentes Nixon y Carter dictaron normas que alentaban al uso de un lenguaje llano, no fue sino a partir del 1º de enero de 1999 que como consecuencia de una orden del presidente Clinton se hizo obligatorio para todos los empleados del Gobierno Federal estadounidense que se comunicaran con el público en lenguaje llano (plain English). El vicepresidente Gore, encargado de supervisar la aplicación de la orden, ha expresado que el estilo llano es un derecho fundamental de todo ciudadano.
Otros países de habla inglesa –Canadá, Australia y el Reino Unido– han comenzado a impulsar el uso del estilo llano. En el mundo hispano, Argentina, Chile y España también han dado los primeros pasos para simplificar el idioma utilizado en sus documentos. Ha sido México, sin embargo, el país hispanohablante donde más se ha avanzado en el tema. En el año 2004, el entonces presidente Fox lanzó la iniciativa “Lenguaje Ciudadano”, encomendando a la Secretaría de la Función Pública su difusión en todas las esferas del Gobierno Federal mexicano. A partir de ese año, México se convierte en el primer país de habla hispana en promover sistemáticamente el uso de un lenguaje claro y preciso para transmitir lúcidamente el quehacer gubernamental a sus ciudadanos. El Plan Nacional de Desarrollo actual establece al respecto lo siguiente:
“[L]a información no tiene un beneficio real si ésta no es comprensible. La información que las dependencias y entidades de la administración pública ponen a disposición de la sociedad tendrá que ser confiable, oportuna, clara y veraz.”
La tarea de escribir de manera clara y natural no es fácil. Al contrario, es algo complejo que va más allá de una buena ortografía, de un buen conocimiento de la gramática o de un amplio vocabulario: requiere una buena selección de la palabra o frase adecuada, un ordenamiento lógico del tema a tratar, y una exigente labor de revisión que elimine sin piedad toda palabra superflua, frase ambigua o estructura complicada. En nuestra próxima entrega, abordaremos el primero de estos temas: la selección de la palabra adecuada.
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