Eran dos. Una deslizaba su lengua en el cuello dibujando siluetas húmedas, y la otra esparcía mordiscos en el pecho. Parecían hienas enloquecidas que hocicaban su presa antes de devorarla. Él, jadeante, respondía con cadencia al hostigo erótico de las felinas.
No los vi en un borroso video de un motel ni en los archivos clasificados de los servicios secretos. Fue en un lugar tan público como la función que ocupa. Él duplicaba las vidas de las jovencillas que apretaba en sus piernas. Era un soberbio desafío a las envidiosas miradas de los testigos ocasionales. El silencio del estupor se impuso dando eco a los susurros de la mesa.
La promesa era llevarlas donde un amigo legislador para consumir la quinta Moet Chandon del día. Venían, al parecer, de una hacienda campestre e hicieron parada en ese restaurante. Con seca estridencia llamó al mozo, a quien amonestó por la tardanza de un minuto. Pidió un Johnny Walker, etiqueta verde. Un pedido muy refinado para el modesto inventario del bar. La excusa fue inmediata y medrosa, ya no del sirviente, sino del propietario del negocio. A lo que él le respondió que en otra ocasión le enviaría, como regalo, dos botellas para que no pasara una afrenta parecida. Pidió entonces tres tragos de JB a la roca. Lo que siguió me obliga a la autocensura. Pero para saciar el morbo de los que leen, les diré que lo más recatado fue el intercambio de bocanadas del licor entre estrujamientos de labios del improvisado triángulo.
Ante despliegues libidinosos tan explícitos, cualquier paparazzi inglés moriría de hambre en un país donde un funcionario público ostenta así su machismo sin provocar escándalos sensacionalistas. Afuera cuatro hombres enchaquetados se afanaban por revelar su condición de guardaespaldas.
En mi adolescencia profesaba admiración delirante por este hombre. Lo veía con Juan Bosch en gabardina barata y poliéster. Una figura macilenta, de muchas ideas y poca fortuna. Su discurso era fuerte como el aparente testimonio de su vida patriótica. Hoy estaba tan repugnantemente cerca de un semental engordado, como verraco, con el afrecho del poder. Cuántas generaciones sacrificadas para prohijar una “liberación” que solo destelló como espejismo en momentos de gloria idealista. ¿Dónde estuvo el problema?
La decepción nos laceró a todos de distintas maneras. Ese fue el lenguaje mudo de las miradas indignantes de los que nos convertimos en espectadores de un show “oficialmente” xxx protagonizado por un ex camarada.
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