Cuando a una sociedad se le niega acceso a la información veraz, su respuesta es el rumor. Cuando el control de las fuentes de información se concentra en grupos de intereses, se abre espacio a la duda especulativa. Cuando el ejercicio público no respeta la transparencia, el rumor se convierte en arma de ofensa.
Para exigir hay que dar. Vivimos en una sociedad opaca donde la opinión es pálida, condicionada, interesada y autocensurada. Nuestra prensa informa, mas no forma conciencia crítica. ¿Opinión exagerada?, Quizás; redimimos entonces las pocas excepciones: Gaceta Judicial es una de ellas.
A un pueblo no se le puede sustraer de la verdad. Es un derecho saber de forma eficaz, oportuna y veraz. Son presupuestos implícitos en la gestión pública y privada la lealtad, la prudencia, la diligencia y la transparencia.
Si un presidente en pleno ejercicio dirige una fundación que recibe recursos, no debe esperar que el rumor cuantifique o presuma la licitud o no de la fuente; basta publicar sus estados financieros auditados, aunque no haya obligación legal para hacerlo. Eso es lo éticamente correcto y lo mínimamente esperable. Pero… ni eso.
Si para procurar una simple información pública hay que quebrar la resistencia de un funcionario llevándolo a un tribunal, se legitima el “derecho” al rumor. Entonces atardece para defender honores.
Si los que controlan algunos medios son contratistas del Estado, se pierde calidad para exigir respeto a su pretendida objetividad; entonces no debe haber rubor si se le imputa amarillismo.
Aquí, un exjefe de la policía exige respeto a su honorabilidad, con ingresos de menos de cien mil pesos, desde una villa en Casa de Campo. Un periodista serio puede tener más fortuna que el dueño del medio y hay que seguir llamándole serio. En este patio insular de pocos vecinos el rumor compite con la información convencional y circula más rápido que los canales formales.
Nadie que ejerza una función pública puede reclamar derecho a la privacidad de sus actos. La deuda es con la sociedad; no al revés. El que tira piedra no debe cobijar su casa de cristal.
Ciertamente, el rumor es errático, ocioso, avieso y depredador. Pero cuando los libros están abiertos se diluye su corrosión y se evita su metástasis en el cuerpo social.
En una sociedad sin apertura, atada al temor y de escasa transparencia como la nuestra, a nadie que haga vida pública le debe sorprender que el rumor se convierta en arma política, sobre todo cuando las cuentas no están claras o al menos abiertas. Y no hablamos de Dinamarca, por si empiezan los rumores.
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