El constitucionalismo está de moda. La creación de una nueva plaza ha concitado el interés de muchos. Los asientos del Tribunal Superior Constitucional valen oro. La oferta rebasa la demanda calificada.
Los hay de todo tipo: constitucionalistas académicos, empíricos, teóricos, autodidactas, burócratas, jueces y políticos. Un cabildeo soterrado, ansioso y mudo se empieza a mover por los pasillos del Poder. Los padrinos más socorridos son empresarios, clérigos, legisladores, fundaciones y gente de palacio. Los candidatos visten todos los colores partidarios. Los de oposición miden por milímetros sus pronunciamientos críticos para no afectar sus aspiraciones. Es más, hay algunos que al parecer tomaron vacaciones políticas y ya no se les ve con sus líderes.
No sabíamos que en un raudo amanecer el país contara con tanta academia e ilustración. Entre una buena parte de los que aspiran no sale una obra de quinientas páginas, pero ¡ay de aquel que no le reconozca tal condición! Ahora las páginas de opinión de los diarios se surten de pura teoría constitucional. Es una fiebre contagiosa que envuelve todo el quehacer intelectual. El riesgo es que algunos jueces con aspiraciones acepten presiones políticas chantajistas sobre la base de promesas.
Ojalá este tránsito sea corto y se ahorren los espectáculos. Es más sincero transparentar los intereses y determinar desde ya las cuotas de los poderes políticos y fácticos para simplemente proponer nombres y apellidos y así evitarle el ridículo suplicio a hombres y jueces honorables que no tienen ascendencia política, pero probablemente más méritos que muchos de los que saldrán electos. Apoyamos a candidatos de la judicatura y esperamos que la cuota que de hecho se le asigne al Poder Judicial sea lo suficientemente representativa. Es lo más sano.
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