“El amor que tú me dabas era como una batata, lo puse sobre la mesa y se lo comió la gata”.
Es el estribillo de una canción que suena como hit en nuestra radio. Una construcción poética surtida de imágenes sutiles. Proclama un amor tubérculo y descansado, que atrapa la sensibilidad felina hasta consumirse en sus honduras gástricas.
Eso es arte, y como expresión musical tiene nombre: “merengue de calle”. Hoy esta onda reclama su espacio como género. Un revoltijo de desentono, disonancia y vulgaridad. Sus intérpretes, curtidos más en la chercha barrial que en las academias musicales, arrancan delirios populares. Una masa de consumo habituada a lo que le den, eleva al estrellato la mediocridad. A precio de payola la radio suena sus temas hasta el cansancio, mientras nuestros verdaderos talentos cada vez son menos en los catálogos de las disqueras y más en los zafacones de las estaciones de radio. “Suena quien paga” es un dogma fundamental del mercado discográfico.
Este cuadro no es aislado; se magnifica en toda nuestra vida nacional. A todo se le pone precio y llega quien tenga, sin importar quien sea. Las convenciones de los partidos, auténticos espacios participativos, cerraron su ciclo histórico porque las encuestas dicen quién va y quién se queda. Claro, miden simpatías inducidas por inversiones millonarias de dinero. Al final, una relación costo-beneficio. La calidad del producto no cuenta mucho.
En esta dinámica mercantilista no es sorpresa que en el circo electoral de medio término se escojan violadores de menores, traficantes de personas, empresarios de las apuestas, lavadores de capitales y distinguidos estafadores. Por eso en Santiago, un joven capaz, de apellido Otañez, no pasó el examen de las encuestas y su partido prefirió validar una candidatura desgastada y cuestionada de un partido quebrado, que fortalecer su propia propuesta. En la misma ciudad se premia, con la candidatura a la alcaldía, a un diputado que hizo de su ausencia al Congreso un récord insuperable de irresponsabilidad ciudadana. Votar en esas condiciones es deshonrar la nobleza del tiempo y del respeto.
Estamos construyendo una sociedad de anodinos. El mensaje transmitido es claro: el holgazán es tan meritorio como el que trabaja; el inculto puede medirse con el intelectual; no hay distancia entre el talento y la mediocridad; la diferencia la hace el dinero. Esto nos hace volver al tema de entrada: la política se debate entre gatas y batatas, metáfora del latrocinio y la brutalidad. Ese amor no sustenta, por eso es tiempo, como dice la canción, de ponerlo en la mesa, pero no electoral.
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