Andrés Paula Asencio, Luis José Peña Revi, Benjamín López Nolasco, Mario Jáquez Bautista y Sención Amparo, nombres de un solo día. Prestaron su sangre para tintar los titulares del 16 de mayo. Más que gente, fueron las cifras oficiales de la violencia electoral, contados como votos nulos. Rutina noticiosa y nada más.
Víctimas de una “cultura electoral” que no consuela a sus hijos ni a sus viudas, pero que nutre los análisis de nuestros empíricos politólogos. En cualquier parte del planeta donde hace frío y los hombres tienen ojos azules, eso es tragedia, que mueve investigaciones y juicios; aquí les llaman “muertos electorales”; no los que resucitan para sufragar, sino los marcados por el ominoso designio de una contienda tribal. Las investigaciones judiciales llegarán hasta el levantamiento forense, con mucha suerte.
Un país de tanto calor, permanece congelado en sus atrasos mentales. Nada ha cambiado a pesar de las apariencias y los esnobismos. Desde el 1978 las elecciones no son tales si no hay sangre, reclamos por fraudes, compras de cédulas, uso de los recursos del Estado y todo lo convencionalmente previsible. Al final, los mismos “honorables”, a cuyas cumbres no llega el hedor de las cunetas barriales ni el hambre de los campos, loan “el ejemplo cívico” y la “madurez democrática” de la nación. Esos son nuestros estándares, tan fríos, estáticos y aburridos. Esa es la talla única de nuestra democracia. Por eso la conciencia se mueve más por la abstención que por la participación. Una brecha cada vez más abierta, como estrecha la diferencia de las opciones. Pero ese es el modelo que hace posible nuestra convivencia pacífica y gobernabilidad. Por eso nos transamos, hasta ahí nos dejan.
El país estrena un largo traje morado con zapatos rojos e interiores blancos. Un mapa electoral con pocos matices. Unas elecciones ¿ganadas por la debilidad de la oposición o la fortaleza del oficialismo? Solo se sabrá quién realmente perdió cuando trascurran estos seis años. Mientras tanto limpiemos el salón, que en menos de dos años volveremos a bailar con la misma música, invitados y más muertos… A esto le llaman “fiesta de la democracia” en el más literal de los sentidos. Para la ocasión tendremos el respeto de estampar en esta página los nuevos nombres de la muerte electoral. Honra a las víctimas de la caverna. ¡Descansen en paz!
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