Esas inmortales siglas abrieron surcos de libertad con las garras del heroísmo. Evocan momentos de gloria y pasión épica. Cada letra se parió con dolores de pueblo y gritos de esperanza.
Antes que partido fue calle, bandera de sueños, sudor de barrio y olor a patria. Asomó como sol en la madrugada de la libertad despertando conciencias recogidas y voluntades sumidas. Fraguó su mística en el sacrificio sin honores, en el dolor sin queja y en las noches desveladas.
Desde el templado magisterio de Bosch hasta la tribuna trepidante del negro Peña, no hubo manera de tejer la historia democrática sin el zurcido pudoroso del PRD. Más que partido, latido; más que ideología, religión; más que organización, turba. Combativo, insurgente y místico. Horda de pasión y avalancha de civismo.
Sobre los escombros de ese pasado rutilante yace hoy un PRD arruinado. Asaltado por la ambición, pervertido por el sectarismo y quebrado por el personalismo.
Le han quitado el PRD al pueblo; han negociado su memoria, nombre e historia. Hoy queda un negocio electoral con dos dueños que reclaman para sí una identidad marcaria que no los define ni los expresa. Su torpeza política les hace creer que el liderazgo se impone, que el talento se compra y que la dignidad se dobla.
Es tiempo de que la juventud del PRD se infunda de valor y le reclame a su decrépita dirigencia que ya es su tiempo. Sin relevo generacional el PRD no conocerá la palabra poder. Sin nuevas visiones no habrá trascendencia.
El PRD no tiene dueño. Esta absurda lucha de egoísmo es desgastante y no es justo que en un momento tan infausto, donde a la nación le falta una vigorosa expresión política contestataria, presencie esta batalla de irracionalidad cavernaria.
El PRD debe aprender de su pasado y con la juventud como baluarte destronar las ambiciones de Hipólito y Miguel. La insubordinación se legitima sobre los liderazgos ineptos. Estos hombres, que no han sido capaces de solventar sus diferencias, no podrán tampoco acreditar condiciones para dirigir el Estado.
El llamado es para que esa juventud atada a lealtades personales redima el valor propio y emplace a los pretendidos dueños del fundo a una concertación sobre una agenda nacional de profunda reestructuración partidaria. Si esto no se da, el camino debe ser la deserción digna de esa cosa llamada PRD.
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