Estas dos frustraciones son envasadas en la industria electoral como si fueran artículos de consumo masivo. Del lado oficial se vende el horror de volver atrás; y desde la oposición el cansancio de continuar con un gobierno sin sorpresas.
Hasta ahora pesa más el hastío de una gestión absolutamente predecible. Tal percepción variará a medida que el recuerdo de lo vivido en la administración de Hipólito se recree intensamente. La destemplanza e incontinencia de Papá ayudará también a revivir esa experiencia, por lo que su mejor aliado es el silencio. No faltará la estrategia de instigar a su revoltosa emotividad para provocar respuestas disparatadas que vayan desalentando al electorado.
Mientras a Hipólito le conviene el silencio, a Danilo el verbo. Debe convencer que su propuesta es inequívocamente diferente a un gobierno de poca credibilidad y que claudicó ante la corrupción. Danilo no solo debe hacer rupturas claras con funcionarios e intereses percibidos como corruptos, que son muchos, sino convencer a un electorado escéptico de que puede hacer cosas distintas desde un gobierno agotado y con gente repulsiva. Las señales trasmitidas en esa dirección son muy inconsistentes. Y la diferencia ética que quiere proyectar será más débil mientras precise de recursos económicos que solo la gente con la que quiere diferenciarse le pueda aportar.
Un enemigo común de ambos candidatos es el tiempo. A Hipólito, porque podrá acumular más desatinos verbales y conceptuales debido a su tórrido temperamento y a Danilo por el deterioro de un gobierno cada vez más impopular. Al final el average de los candidatos estará sesgado por esa variable.
A Hipólito se le encara responsabilidad directa en la gran crisis del 2003, producida por el colapso de tres bancos por quiebra fraudulenta. El presidente Mejía hizo el rescate y procesó judicialmente a los banqueros. La pregunta sería: ¿hubiera Leonel o el propio Medina obrado de forma diferente? Probablemente no; era una exigencia del FMI. Correlativamente, al gobierno del PLD se le imputa la situación de crisis y de endeudamiento: ¿hubiera Hipólito hecho algo distinto frente a un cuadro de crisis global? Claro que no.
La mercadología electoral es un macabro juego de apariencias. La campaña comparativa construida sobre la base de las debilidades del otro debe abrir paso a una nueva perspectiva de valoración más conciente de las ofertas que de las personalidades de los candidatos. Las estrategias de descalificación de las campañas tienen que ser superadas por espacios y discursos verdaderamente propositivos. Debemos salir del primitivismo del voto negativo; aquel que se expresa por un candidato solo para evitar al otro.
Al final, las diferencias las hacen los estilos y las formas porque la atención a falencias sociales estructurales quedará como siempre inerte, con o sin cambio. Ese es el verdadero horror de nuestro hastío.
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