Nuestro pensamiento editorial es muy libre. No tenemos ataduras ni autocensura. Somos mordaces, cáusticos e irreverentes.
Hay quienes no nos leen ni les agrada nuestra perspectiva de interpretar la realidad. Nos perciben como fatalistas, soberbios y puntillosos. Hay otros, en cambio, que se sienten auténticamente expresados en nuestras ideas. A todos nos debemos. Eso es libertad.
Nos sentimos muy bien como somos: directos, francos e incisivos. No todos los medios gozan de esa virtud.
La prensa y la comunicación son recursos estratégicos en manos de grupos económicos. Esa sola realidad constituye un condicionamiento muy pesado para un ejercicio libre de la opinión. Por eso contamos con medios de muy pálida expresión pública. Acomodados al estatus quo para no afectar rentabilidades políticas o financieras. En una sociedad tan pequeña hay muchas colindancias de intereses y nadie quiere asumir los costos de la contradicción. El espacio para la opinión disidente es cada vez más reducido; tenemos la honra de ocupar un asiento.
Los empresarios de medios son grandes deudores sociales. Mientras la institucionalidad se disuelve, la inseguridad pública se agrava y la corrupción se enseñorea de la vida pública y corporativa, las emisiones y las publicaciones son más comerciales e insulsas. Muy desconectadas de una auténtica función formadora que le de altura a los debates y contenido a los juicios. No existe un claro sentido de responsabilidad en la construcción de una conciencia colectiva autocrítica. Nuestra televisión, por ejemplo, es una muestra patética de esa irresponsabilidad.
No todo es malo. Dos puntos luminosos de una comunicación socialmente trascendente tienen como nombre Alicia Ortega y Nuria Piera. Referentes excepcionales del periodismo inclusivo. Han demostrado que la investigación periodística crítica reditúa, imponiendo récords en teleaudiencia y facturación publicitaria; lección contundente para aquellos empresarios que han invertido en medios deficitarios solo para la reafirmación del ego o la presión social.
Lo sentimos por los que no nos soportan; nos gusta como somos y ese narcisismo con compromiso nos reconforta, por eso no sentimos envidia por la publicidad comercial que a otros les sobra y menos cuando de la poca que tenemos nos retiran algunas por no ser indulgentes. Tenemos casi tres lustros conviviendo con las precariedades; en eso somos genios, pero no cambiaremos por nada la satisfacción de mucha gente que ha hecho suya nuestra forma de pensar, porque es soberanamente libre… porque es sencillamente nuestra.
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