La instalación de las altas cortes fue noticia, …hoy historia.
Como noticia, suscitó suspicacias y aprehensiones; como historia, conformidad y expectación. Ahora nos toca asumir el hecho consumado, masticando las palabras o soltando la risotada. Los juicios volverán a la guarida de la prudencia y las crispaciones a la serenidad de la espera. Consumatum est: esa es nuestra Justicia con sus pros y contras.
Cada quien tendrá sus particulares conclusiones: resabio o júbilo; reacciones naturales de un proceso concurrente de tantos intereses. Las cuotas políticas y fácticas comprometidas fueron impecablemente transadas; no esperábamos más. Esa es la talla de lo que institucionalmente somos. Hasta ahí nos dejan.
En la selección hubo aciertos rutilantes como yerros decepcionantes. Al final, el saldo favorece a las cortes, sobre todo a la Suprema Corte de Justicia (SCJ). Un colectivo de voluntades que asumirá, con denuedo, el reto de demostrar que la ilegitimidad de origen imputada por muchos tendrá sus reveses, haciéndonos tragar nuestros propios juicios. Por eso esta Corte es digna acreedora del beneficio del tiempo.
Lo que sí reprobamos es la irresponsable ligereza con la que se juzga ahora el desempeño de la pasada SCJ. Resulta muy fácil denunciar y denostar. ¿Por qué no se tuvo el valor de enrostrarle esos presuntos o reales vicios en su momento? Eso es cobardía y mezquindad. Nadie tiene calidad para descalificar hoy la Justicia de ayer cuando no se tuvo el valor de hacerlo en su oportunidad. Pero sabemos que ese comportamiento es inherente a la viciosa impronta del dominicano que juzga a la esposa del amigo cuando sucede el divorcio.
La selección no fue la ideal: estuvo contaminada por condicionamientos políticos y no se respetaron algunos procedimientos. Eso es cierto, pero confiamos en que los magistrados seleccionados, concientes de esta realidad, comprometerán su vida para demostrarle a la sociedad que su dignidad trasciende esas debilidades, tan propias de nuestro desorden institucional.
La renovación era necesaria: la reforma lucía extenuada y la mística diluida. En ese escenario, el cambio per se es un beneficio. Ahora nos toca esperar. El desafío podrá rebasar las disponibilidades materiales y académicas de alta magistratura, pero jamás disminuir su fuerza espiritual para preservar el alto decoro de administrar la Justicia que merecemos. Dios ilumine y bendiga a esos hombres y mujeres. Démosles apoyo.
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