Danilo Medina llegó al poder bajo dos severos condicionamientos: un bárbaro desbalance en las finanzas públicas y una baja apreciación ciudadana sobre la legitimidad de su victoria.
Sin ruidos ni festines, el presidente le fue ganando confianza a una población aprensiva sobre la base de una deliberada diferenciación con el modelo leonelista. La frugalidad en la gestión del gasto, la orientación de las políticas públicas a obras de modesto presupuesto y su compromiso con la transparencia fueron cautivando calladamente la simpatía popular. La renegociación del contrato con la Barrick terminó de convencer a los escépticos de que Danilo no era más de lo mismo.
No obstante, a casi a un año de su mandato, se va debilitando el discurso combativo del presidente frente a la corrupción y se percibe que los intereses que lo llevaron al poder empiezan a arroparlo. Por su parte, la presión de sus colaboradores por contratas y negocios “a los viejos tiempos” comienza a abrumarlo. El presidente está acorralado y empieza a flaquear.
Los contratistas de la fastuosa era leonelista y sus cabilderos de alto cielo comienzan a cobrar facturas ante la mirada celosa de los activistas del danilismo que todavía esperan colocación en posiciones de presupuesto.
Se activan así los sensores sociales frente a una administración que, a pesar de llegar atada a viejos intereses, suscitó renovadas esperanzas sobre la seriedad de sus políticas éticas. Las señales reconocidas empiezan a decepcionar: a) nada se ha hecho ni se hará frente a la corrupción del pasado; el presidente le dejó “eso” al Comité Político de su partido; b) los grupos corporativos vinculados a la corrupción del pasado acaparan las contrataciones de obras grandes; basta ver el mapa de contrataciones públicas y darle una ojeada a la provincia de Santiago; c) el montaje de las declaraciones juradas de los patrimonios de los funcionarios sigue siendo un circo, a pesar del rimbombante despliegue institucional que se le dio a la relanzada unidad ética del gobierno; d) no se ha movido un dedo ante denuncias graves y documentadas de corrupción en distintas dependencias estatales, tales como los Comedores Económicos, el INDRHI, INAPA, IDECOOP, la Autoridad Portuaria, la Superintendencia de Seguros, entre tantas.
La voluntad moral del presidente se destempla muy tempranamente sin una línea de acción consistente ni contundente en ese sentido. Sus visitas improvisadas para supervisar la ejecución de pequeñas obras comienzan a aburrir, mientras la corrupción monstruosa, aquella heredada y validada de la pasada administración, se acomoda plácidamente en un recogido sueño de impunidad.
El presidente debe saber que la popularidad es una aliada ingrata; que termina sepultando las satisfacciones con las que fugazmente nos premia y que el héroe de hoy puede ser el villano de mañana. Así que, cuidadito, Danilito. El ejemplo de esa sana advertencia está muy cerca de su entorno. Mientras tanto, seguimos esperando “lo que nunca se ha hecho”.
Escriba al editor:;
|