La Justicia dominicana descansa en el banco de los acusados. Los medios se han constituido en sus soberanos juzgadores.
Recibe un juicio sumario, prejuicioso y draconiano. Todo el que habla frente a un micrófono o pulsa el teclado de un computador para liberar ideas se siente acusador legítimo de su desempeño. Las imputaciones son despóticas, genéricas e implacables; no reparan ni discriminan.
Es cierto. Nuestra Justicia entró en un largo túnel de sombras que le ha impedido reencontrar su rumbo. Ha sido secuestrada por maniobras políticas, silenciada por la autocensura, acobardada por las intimidaciones, entumecida por la desidia, manchada por la sangre social y acusada de nuestra impunidad. Levantarse de esa postración es un reto inmenso pero hacedero.
A pesar de esos padecimientos, la preferimos frente a aquella “justicia” apócrifa e impostora que se administra plácidamente en los medios de comunicación social en nombre de una libertad de expresión totalitaria y vulgarizada. Esa justicia libertina acusa sin pruebas, condena sin defensa, absuelve por complacencia y dispone a veces por dinero. Compite deslealmente con la Justicia institucional anulándola y envileciéndola. Magnifica sus errores, disminuye sus avances, cuestiona sus decisiones y socava su autoridad como forma de autovalidarse.
Al frente de esos estrados queda todavía mucha dignidad que respetar, sacrificio por reconocer y entereza que emular. No es verdad que todo está perdido y que el Poder Judicial es una bayoneta de nadie. Arropar a todos los jueces con el mismo manto de vergüenza no es justo. Ese Poder del Estado no es nada ajeno ni distinto a lo que somos: una sociedad absolutamente perfectible y en permanente construcción institucional.
La Justicia dominicana precisa de críticos concientes y responsables, que condenen sus desvaríos e indulgencias pero que denuncien con igual vehemencia el estado depauperado en que se desenvuelve su oficio. ¿Se ha preguntado esa opinión juerguista cuánto gana un juez? ¿Se han comparado en los hechos las responsabilidades de un juez con las de un diputado? Esos críticos alegres ¿han defecado en una letrina de un tribunal dominicano? ¿Conocen en toda su hondura las presiones y las carencias de un juez? ¿Se han puesto el birrete a la hora de fallar un expediente irresponsablemente instruido por un fiscal? Es cómodo juzgar desde una refrigerada cabina de radio y no desde un estrado desvencijado por la humedad que corre por las filtraciones del tribunal.
No esperemos cambios mientras el Poder Judicial siga operando en condiciones de indignidad material. Aunque no nos guste, esa es nuestra Justicia, que más que descalificaciones espera justicia de sus ciudadanos. Podrán reformar los códigos, lanzar los tanques a las calles, imponer la pena de muerte y miles de copias de modelos extranjeros, pero la realidad es que mientras no haya atención seria a la insolvencia del Poder Judicial seguiremos rumiando nuestras penas. Es hora de la Justicia.
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