Por más empeño para evitarla, hay una realidad inconmovible, tan cercana como la vecindad que compartimos: Haití.
Quisimos pensar que todo seguiría igual y que nada turbaría nuestro cómodo olvido, que Haití era dueña de su suerte como nosotros de la nuestra. Pero esa pretensión nunca fue sincera porque en el piso de nuestras aprensiones Haití siempre ha estado como amenaza latente.
Muchos se despiertan de su engaño con el ruido de una realidad infausta: una inmigración ilegal masiva e incontenible, una comunidad internacional avispada y celosa, un gobierno indeciso y una situación social convulsa en la nación de Louverture. Parece que ya es tarde para revertir hechos. Nuestra tolerancia nos ha hecho débiles frente a naciones grandes que quieren desembarazarse del “problema haitiano” al menor costo y esfuerzo. Nos vieron los calzoncillos.
Las presiones sobre la política exterior dominicana con respecto a Haití aumentan; en poco tiempo se impondrán a su antojo. Ese es el precio del desorden institucional interno, de la complacencia fronteriza, de las mafias comerciales, del contrabando, de la corrupción como marca binacional. Para colmo de males, la vileza política se abandera de este tema para sacar provecho, alentando, en mentes débiles, un sádico fanatismo con propósitos alucinantes. Otra vez en las calles marcharán las cruzadas electorales patrióticas y, al frente de ellas, líderes decadentes renovarán sus rancios plumajes para, en nombre de Duarte, alzar vuelos de patria. Jugar a la politiquería con esa desgracia es un acto de verdadera felonía.
Más que nunca el país necesita serenidad para obrar con inteligencia. Aquella que le ha faltado para evitar delegar la defensa del país en cortes interamericanas a abogaduchos políticos o para pagar con sueldos de reyes un servicio exterior plagado de mediocridades. Crear un ambiente levantisco y de violencia daría excusa para una intromisión no deseada de poderes extranjeros. Lamentablemente la República Dominicana tendrá que convivir con esa migraña.
Quiérase o no, el destino de Haití está invariablemente ligado al nuestro. República Dominicana es la nación llamada a llevar la cruzada internacional a favor de Haití. Debe ser su aliada protagónica e incondicional en los foros internacionales: su defensora. Se precisa de un gran acuerdo de los Estados que contenga las bases de un plan de desarrollo binacional a largo término que pueda ser promovido internacionalmente. No sé qué tan lejos estemos de esa aspiración, pero de algo estamos muy persuadidos: entre más nos distanciemos de ese objetivo, más nos acercaremos al caos.
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