Muchos insensatos e ineptos no saben que dirigir una nación requiere serenidad y equilibrio emocional. Y no advierten que con sus imprudentes reclamos perturban esas condiciones que deben airear la vida todo primer mandatario.
Nuestro deber, como ciudadanos concientes, es preservar a toda costa la salud mental del hombre que carga en sus hombros las más elevadas responsabilidades del Estado. Tenemos la suerte de contar con un presidente que sabe muy bien lo que quiere; a cuyo logro dedica inconmensurables esfuerzos. No turbemos esa agenda, martillando sus tímpanos con ruidosas quejas que solo procuran abrumarlo ociosamente.
Elegimos a un presidente de talla internacional, con oratoria moderna, ducho en temas globales, avezado en teoría política y comunicacional. A un presidente que le diera brillo y notoriedad a esta nación en los debates mundiales; de aviones ejecutivos, títulos honoris causa, banquetes protocolares, glamorosas reuniones diplomáticas; que departiera en perfecto inglés con celebridades de la política y el jet set internacional. Ese es el Leonel Fernández que reelegimos y no ha habido un hombre, en nuestra galería histórica de mandatarios, que haya tenido un desempeño personal de igual altura. Esa es su pasión, vida y sueño. Debemos cuidarlo con el celo y el esmero de los ingleses a su monarquía.
Nuestra orgullosa nación debe estar a su nivel y eso no lo comprenden todavía ciertos funcionarios incompetentes ni periodistas opositores que le llevan a su despacho quejas tan baratas como la insoluble crisis energética, la criminalidad barrial, la inseguridad ciudadana, la corrupción, el auge del narcotráfico, el déficit fiscal, entre otras molestias. Pero la humildad del presidente es tan singular, que para salir de la fastidiosa prensa local, le organiza un banquete en la casa de gobierno y la sorprende pronunciando un nombre que jamás podría proferir un mandatario de su estirpe: “José Figueroa Agosto”. Felicitamos al funcionario que minutos antes del encuentro le contara la historia y a la retentiva memoria del presidente por conservar ese nombre, sin anotaciones.
Muchos se quejan de que el presidente no destituye a nadie ni somete a funcionarios corruptos; por favor, no pierdan tiempo con esos ridículos reclamos. La corrupción es un tema sin agenda oficial y si eventualmente las cosas se fueran de control, bastaría una rueda de prensa, explicando “su ontología, su estructura operativa y la incidencia de la especulación de los mercados internacionales en su expansión sistémica global”. Discurso que arrancaría vehementes aplausos de sus más diletantes funcionarios, desde Rodríguez Pimentel, Félix Bautista, Diandino Peña hasta Francisco Javier García. En lo que respecta a la destitución de funcionarios, esa menuda decisión generaría ambientes hostiles y chismes políticos cuya ridiculez se apreciaría comparándola con los “inmensos retos globales” de un líder regional, como Leonel Fernández.
No perturbemos al presidente; el país va bien, a pesar de la Encuesta Gallup-Hoy; tan bien que le dio los poderes necesarios en las pasadas elecciones para elegir a la Suprema Corte de Justicia de su gusto, control que le permitirá validar, además, una nueva postulación o la libertad de terminar su mandato sin las clásicas contrariedades de las persecuciones judiciales, martirio vulgar que no le asienta a un hombre de su impronta y trascendencia.
Tranquilo, presidente, que fuera de esas pequeñas molestias internas, todo le ha salido como ha querido… Le deseamos un feliz viaje en su próximo vuelo. Saludos al Papa Benedicto XVI, a Bill Gates, Ángela Merkel o al Emir de Dubai. ¡Au ‘voir!
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