Me da risa cómo ciertos intereses buscan acomodos conceptuales para desprestigiar legítimas expresiones públicas.
Ahora nos imponen un nuevo cliché: el populismo. Es la tacha de nuestro tiempo como lo fueron el semitismo en la Alemania nazi, el protestantismo herético en la España franquista, el comunismo en las dictaduras latinoamericanas y el imperialismo en las democracias populares del tercer mundo. La mayoría de los ismos, como estereotipos, nacen de prejuicios irracionales y de la intolerancia.
El populismo, término difuso y polivalente, tiene en el lenguaje de ciertos teóricos y lobistas profesionales dominicanos una aplicación muy propia: desmeritar acciones ciudadanas y políticas públicas de orientación social.
Y no cualquier reclamo, demanda o pretensión es populista para esos enciclopedistas; solo aquellos que afectan los intereses corporativos del establishment. Por eso es la palabra de moda de determinados círculos empresariales que han convertido su antipopulismo en el más dogmático populismo. Es populista la defensa del patrimonio natural, como la protección de Loma Miranda; es populista la inversión del Estado en la generación eléctrica; es populista la protección de los derechos del consumidor; es populista la preservación de los derechos adquiridos de los trabajadores; es populista la protección a la sana competencia; es populista la regulación y el arbitrio del Estado en sectores económicos oligopólicos; es populista el reclamo de los ciudadanos a defender su derecho a querellarse en contra de los funcionarios públicos.
Se trata de la adaptación terminológica de los viejos prejuicios prohijados por los núcleos antipopulistas de siempre que han mantenido, por acción y omisión, un estado insostenible de privilegios, concentraciones y desigualdades.
Ahora, para estar mise a jour y ser intelectualmente chic es menester manejar la retórica antipopulista. Nos imaginamos que las damiselas de ciertos foros empresariales, además de sus cuidados faciales, sus filtradas fotos en la crónica rosa, sus trillados discursillos en los aburridos almuerzos conferenciados y sus visitas diarias a los salones de belleza, agregarán a su acervo un cursito de verano (workshop) en una alta academia de New England sobre “Populismo latinoamericano” para que, luego como expertas, lo vacíen en los mil caracteres que definen la extensión de un artículo en la página de opinión de uno de sus pálidos diarios.
Antes de que el término salga más gastado que un chicle en la boca de un neurótico es preciso denunciar que el populismo más ilustrado es precisamente este antipopulismo esnobista cuya única innovación es el término, ya que bajo sus aguas se sedimentan los intereses sagrados de siempre, aquellos que, en el populismo político norteamericano, le llaman por su nombre: “intereses especiales”.
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