La biología es perfecta. Sus mensajes, tan infalibles como ineludibles, terminan persuadiéndonos de lo ridículo de nuestras arrogancias o de lo iluso de nuestros tardíos bríos.
Nuestras decisiones resultan cada vez más tentativas o provisionales porque, a la postre, deciden los achaques reumáticos, el chasquido oxidado de los huesos, las flojeras, el ahogo respiratorio, la temperamental presión cardiovascular y hasta las traiciones de nuestras contadas erecciones.
La dinámica biológica es progresiva, irreversible y cruel. Nos arruga la piel, nos quita los dientes, nos roba la memoria, nos entorpece, nos hace lentos, huraños y dependientes. Nos desgasta, nos diluye y nos pierde. Para rematar, nos estalla en el muro de la mortalidad, evaporando fugazmente hasta la memoria de lo que fuimos.
En cambio, la política dominicana es imperfecta. Sus mensajes, tan tediosos como predecibles, terminan convenciendo a sus actores de que son perfectos e ineludibles.
Nuestras determinaciones son cada vez menos relevantes, porque, a la postre, ellos deciden por nosotros a su antojo, capricho y manera.
La dinámica política es inmutable o regresiva. Sus protagonistas no se retiran, se consumen en ella y por ella. Nos quitan el progreso, los sueños, las esperanzas y el deseo. Nos hacen amargados, fatalistas e incrédulos. Para rematar, sus espermas no mueren; se reproducen en clones para eternizar nuestras pesadillas y tormentos.
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